Tan solo 600 kilómetros separan Santa Isabel do Rio Negro, ciudad ribereña en lo profundo del Amazonas, del seminario mayor de San José en Manaos, pero podríamos estar hablando de dos mundos diferentes.

Fue en esa ciudad ribereña donde comenzó el viaje al seminario de Rolisson Afonso, cuyos recuerdos de sus días en el Amazonas están todavía muy presentes. “Nací en Manaos. Mi madre era demasiado joven para cuidarme y atravesaba dificultades económicas por lo que me enviaron a vivir con mis abuelos a Santa Isabel do Rio Negro. Mis abuelos eran católicos devotos. Apenas sabían leer y escribir, pero todos los días rezábamos el rosario, reflexionábamos sobre el Evangelio y todos los domingos acudíamos a misa”, recuerda.

Uno de sus recuerdos más entrañables era salir a pescar con su abuelo. El río lo era todo para la comunidad: un punto de acceso, de recreación, pero sobre todo de vida y sustento. Al no poder permitirse un motor fueraborda, remaban hasta las islas cercanas y pescaban durante horas para abastecer el hogar.

Rolisson solo tenía doce años cuando, tumbado en una hamaca [hammock] junto a su abuela, le confió que le gustaría ser sacerdote. “Quería ser sacerdote por la vestimenta y el ritual, estaba fascinado por ello”, admite.

Sin embargo, cuando se corrió la voz, empezó a ser objeto de burlas por parte de sus amigos y dejó de lado esa idea. Su adolescencia estuvo plagada de errores: fiestas excesivas, abuso de alcohol y drogas y líos de faldas. Dejó de practicar y de pensar mucho en la fe, pero, a pesar de todo, sus abuelos siempre permanecieron a su lado. “En aquel momento, no fui capaz de entender su decepción conmigo. Pero esas experiencias también fueron importantes, creo que ahora estoy mejor preparado para llegar a otros jóvenes en situaciones similares”, sostiene.

Finalmente, se trasladó a Manaos para ampliar sus estudios y vivir con su madre y sus hermanos. Paradójicamente, este alejamiento de sus abuelos católicos fue lo que le devolvió al camino de la Iglesia. “Mi madre y mis hermanos son evangélicos, me hacían preguntas sobre mi fe católica,

pero yo no era capaz de responderlas. De ahí que me pusiera a buscar una comunidad de creyentes católicos cerca de mi casa. Me involucré y me uní a un grupo juvenil”.

También estudió y finalmente consiguió un trabajo, pero lo que en su día le confió a su abuela había permanecido en el fondo de su mente y resurgió. Al haber experimentado la vida en la remota Amazonía, sabía mejor que la mayoría, lo mucho que esas comunidades necesitan a los sacerdotes. “Algunas de esas comunidades ribereñas solo reciben la visita de un sacerdote una vez al año o una vez al mes: el sacerdote llega, celebra la misa y regresa a la ciudad. Esta es una de las razones por las que quiero ser sacerdote, para llevar los sacramentos y el Evangelio a esa gente, para atender sus necesidades”, explica.

Dar ese último paso fue difícil, lo más duro fue dejar un trabajo estable y prometedor por la incertidumbre de la vida en el seminario. En una región de Brasil en la que el empleo escasea y la pobreza está muy extendida, la Iglesia también es pobre y es con donativos con lo que se asegura la manutención de los futuros sacerdotes. A través de sus benefactores, Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) es uno de los principales contribuyentes a este tipo de formación.

El seminario mayor de San José cuenta ahora con muchos estudiantes, entre ellos, miembros de varias comunidades indígenas que contribuirán a adaptar el lenguaje del Evangelio a sus propias realidades sociales y culturales.

Rolisson sigue emocionándose cada vez que lee pasajes de los Evangelios relacionados con la pesca. “Así como Jesús caminó por las orillas del mar de Galilea para llamar a sus discípulos -gente sencilla- a ser pescadores de hombres, así nos llama a nosotros, así llama a las comunidades ribereñas a ser sus discípulos y anunciar el Evangelio”.

Al igual que todo pescador necesita ciertos enseres para ejercer su oficio. También estos nuevos pescadores de hombres, llamados a evangelizar las regiones amazónicas, necesitan una formación y bienes, como lanchas rápidas para atender mejor a sus ovejas, eso es precisamente con lo que ACN ayuda.

“Quiero dar las gracias a todos los benefactores de ACN por ayudarnos y pedirles que continúen haciéndolo. De esta manera podremos tener más sacerdotes para nuestra Amazonía y para el mundo entero; y así seguir llevando la eucaristía y nuestra labor pastoral a los lugares más remotos”, concluye Rolisson.

Deja una respuesta