Situada en el Caribe colombiano, al noroccidente del país andino, la playa de Necoclí, antes un famoso punto turístico, recibe diariamente a cientos de migrantes, cuya existencia se reduce a lo que llevan consigo y a su esperanza de alcanzar el sueño norteamericano, por el que se arriesgan a recorrer una peligrosa ruta.

En esta zona, las religiosas son un rostro de misericordia y el consuelo para estos viajeros, en su mayoría venezolanos, quienes cargan un equipaje que contiene infortunios y malas experiencias. A través de la diócesis de Apartadó, estas misioneras reciben el apoyo económico de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), que les permite continuar con esa labor, en la que la Iglesia católica local es pionera. ACN dialoga con tres religiosas que trabajan aquí para ofrecer esperanza y mitigar el drama de estas personas.

Para la hermana Gloria Gelpud Mallama, perteneciente a la comunidad de las hermanas Franciscanas de María Inmaculada, los migrantes son un constante recordatorio de aquello que “el Señor nos dice en el Evangelio: ‘tuve hambre y me diste de comer’. De allí viene la reacción inmediata ante un niño con hambre. Allí está Cristo. Es mi deber como creyente velar porque Él coma. Jesús está en cada instante”.

Todos los días, las religiosas reciben la visita de los migrantes –quienes las buscan en la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Necoclí, lugar donde realizan su apostolado-, o ellas salen a su encuentro, en los recorridos diarios que realizan desde la cinco de la mañana para conversar con ellos, enterarse de sus necesidades y buscar alguna forma de apoyarlos. Se han encontrado con migrantes venezolanos, haitianos, cubanos, angoleños, chinos y hasta indios.

La playa de las vidas en pausa

La vista de los migrantes en la playa es desgarradora: hay familias con niños pequeños, quienes cargan con un solo juguete y tienen poca ropa, jóvenes que no cesan de contar sobre las vidas frustradas en su país de origen, hombres y mujeres que lloran porque les robaron todas sus pertenencias en el camino, heridos acostados en colchonetas improvisadas y padres de familia buscando comida para los suyos. A estos últimos se les ve muy delgados, ya que ceden a sus hijos todo el alimento que reciben.

“Se presentan niños desnutridos, personas sin alimentación, muchas veces algunos no tienen ropa y por eso la Iglesia local busca una solución”, comenta la hermana Gloria, y agrega que han ayudado a tantas personas que ya perdieron la cuenta.

La hermana Gloria describe a ACN que el caso que más le impactó fue “el ver a una migrante haitiana en la playa llorando y pidiendo ayuda. Todos pasan y nadie la mira. Ya no se podía mover de la carpa, porque tenía el pie gangrenado y supurando al 100%. Fue difícil comunicarse con ella debido a que hablaba otro idioma”.

Por la condición de movilidad permanente de los migrantes, las religiosas también saben que quizás tendrán una única oportunidad para brindar ayuda material, espiritual y hasta psicológica a estas personas. “Es una población que está en un constante ir y venir. Los que están el día de hoy, probablemente mañana ya no estén. Al salir temprano tienes la posibilidad de estar cerca de ellos y escucharlos”, explica la hermana Gloria a ACN. Muchos se embarcarán en los muelles para llegar por mar a Panamá –corriendo el riesgo de morir allí- y el resto atravesará la frontera terrestre: el peligroso Tapón del Darién, una densa selva tropical y montañosa. Las autoridades panameñas señalaron que, durante el año 2022, cruzaron por allí más de 250.000 personas.

“Si no está la Iglesia, no está nadie”

“Cuando entras en diálogo, ellos (los migrantes) te hacen una catarsis de todo lo que traen desde el recorrido. Nos cuentan que en tales lugares sintieron que no podían confiar en nadie, ni en su sombra. Llegan a la parroquia y encuentran a alguien a quien recurrir y que les genera confianza”, dijo la hermana Gloria Gelpud, y agregó: “la cuestión espiritual viene en el que tú le animes, porque hay días que están con el ánimo por el suelo. Tendemos un puente espiritual para entendernos, porque hay personas que son católicas y debemos dar el espacio para escuchar a quien se nos presente en el camino”.

ACN acompaña a la hermana Diana Sánchez, Franciscana de María Inmaculada, durante su ronda por la playa. “La Iglesia es la primera en dar ayuda. Es el punto de referencia de los migrantes. Ellos llegan y siempre buscan la Iglesia, porque les ayuda más rápido. Nosotros tratamos de ser un puente con las otras entidades para trabajar en red. Además, ellos cuentan que en otros lugares la Iglesia les ha ayudado”, explica la religiosa. “La ayuda es para todos. No discriminamos a nadie, si es católico o no”. Al hablar sobre la importancia de la presencia de la Iglesia en Necoclí, la hermana Diana afirma: “si no está la Iglesia, no está nadie”.

Una huella que prevalece

Las hermanas Franciscanas de María Inmaculada se turnan durante la semana, junto con las hermanas juanistas y las hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen, para repartir comida en un local llamado Centro Vida la Mano de Dios. Las instalaciones son muy básicas y el único lugar donde los beneficiarios pueden comer es en la calle. Algunos ni siquiera tienen platos o recipientes de plástico para recibir las raciones, así que emplean botellas grandes de agua o gaseosa.

El rostro de la hermana Rosa Cecilia Maldonado, religiosa de la Caridad Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen, quizás sea el último vestigio de misericordia y amor que verán los migrantes que se embarcan en el muelle rumbo a Panamá.

De lunes a miércoles, sor Rosa Cecilia trabaja repartiendo comida a los migrantes y visita los muelles para orar con ellos y recitarles versículos de la Biblia para animarlos en su peligrosa travesía, sabiendo que muchos pueden morir en el camino.

“Una vez fui por la mañana a visitar el muelle y me encontré con dos grupos grandes de ecuatorianos e indios. Me acerqué a saludarlos, hice una oración con ellos, aplaudieron y dijeron que necesitaban mucha oración. Esa reacción hace que también se fortalezca nuestra vida espiritual y consagrada. Los migrantes son muy agradecidos”, cuenta la hermana Rosa Cecilia. “Hablando con unos migrantes, que ayudan a la preparación de la comida caliente, nos decían que por encima de todo está Dios y tenían esperanza. Su ejemplo nos catequiza constantemente”, puntualiza la religiosa.

La huella que deja en los migrantes el trabajo de las misioneras prevalece en el tiempo, al punto que muchos de ellos se mantienen después en contacto con las religiosas. Quizás estos lazos perduran, porque a través de estas mujeres de la Iglesia ellos experimentan el rostro misericordioso de Dios.

ACN ha apoyado a las hermanas en su atención pastoral a los inmigrantes que pasan por la diócesis. Hemos financiado la compra de material catequético, los gastos de viaje de las hermanas, la compra de material de cocina y la habilitación de un espacio con algunos equipos técnicos como un proyector y un equipo de sonido.