Para muchos estudiantes cristianos libaneses, el Servicio de Pastoral Universitaria es un salvavidas que los mantiene en el país cuando todo lo demás parece darles motivos para irse. ACN ayuda a esta institución a financiar sus actividades, que son ahora más necesarias que nunca.

Imagínese un país en el que, de la noche a la mañana, sus ahorros desaparecen y su sueldo vale veinte veces menos que el día anterior. Imagínese que sus padres trabajaron duro para que usted fuera a la universidad, pero que ahora ya no pueden pagarle la matrícula. Tampoco es que importe mucho, pues los profesores llevan tres años en huelga y, aunque algunos impartan sus clases en línea, usted carece de electricidad y de dinero para pagarse un generador, por lo que no puede seguirlas. Desesperado, usted empieza a buscar la forma de emigrar, pero el Estado está tan arruinado que no puede permitirse ni papel para imprimir los pasaportes, así que no hay salida.

¿Un infierno? No exactamente; es más bien lo que llamamos el Líbano… y para estos estudiantes universitarios se llama patria y hogar.

Una veintena de jóvenes, hombres y mujeres, han acudido a la sede de Beirut del Servicio de Pastoral Universitaria -que ofrece apoyo y actividades a los estudiantes cristianos del Líbano- para explicarle a un grupo de representantes de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) cómo es la vida en un país atenazado por una de las peores crisis económicas de su historia; crisis que se ha visto agravada por luchas políticas internas, la enorme explosión que arrasó el distrito portuario y la pandemia.

María, una estudiante de Arquitectura, cuenta que tiene que usar la linterna de su teléfono móvil para poder hacer los trabajos que le piden en su carrera, y resume así el estado de ánimo general: “Tenemos la impresión de que nuestro país no nos quiere aquí».

“Queremos vivir aquí, pero no podemos. Durante mucho tiempo no pudimos quedar con amigos por culpa del Covid, y seguimos sin poder salir a divertirnos por culpa de la crisis económica”, añade Rebeca, sentada en el suelo de la sala abarrotada de jóvenes.

Privados de vida social, muchos se contentarían con poder seguir estudiando, pero como las universidades públicas no pueden pagar al personal, los profesores llevan en huelga desde hace casi tres años y sin perspectivas de reincorporarse. En algunos casos, a los estudiantes se les cobra ilegalmente 20 dólares por presentarse a los exámenes, y visto que el salario mensual no suele superar los 50 dólares desde que la economía se desplomó, muchos sencillamente no pueden permitírselo.

Hay universidades cristianas -seis católicas y una greco-ortodoxa- donde las cosas van mejor. Allí los profesores no están en huelga, pero como muchos de los docentes ya no pueden permitirse ir al trabajo en coche, imparten sus clases en línea, lo que plantea toda una serie de problemas en un país donde escasea la electricidad y donde no todos pueden pagarse un generador.

Ante este panorama, resulta sorprendente que sólo la mitad de los estudiantes presentes levanten la mano cuando se pregunta quién se iría del Líbano si pudiera. “Hasta hace tres años nunca pensé en irme, pero estos dos últimos años han sido horribles. Mi padre, carpintero, lleva cinco años sin trabajo. No tenemos más ahorros. No tenemos otra opción; tenemos que irnos. Mis padres no me animan a ello, pero no les importaría que me fuera”, dice Esteban, que estudia Ingeniería Informática y que, como la mayoría de sus compañeros, trabaja en turnos de hasta trece horas para poder cubrir los gastos de la universidad privada donde estudia.

El arzobispo Georges Bakouny, que es quien supervisa la pastoral universitaria y que estuvo presente en el encuentro, comprende la desesperación de los estudiantes. “Quince años de mi vida fueron durante la guerra civil, pero la situación económica nunca fue tan mala como ahora. ¿Qué podemos hacer?”, se pregunta.

Resulta, sin embargo, que hacen bastante. Todos los estudiantes presentes levantan la mano cuando se les pregunta si el Servicio de Pastoral Universitaria les hace la vida más llevadera, y los ejemplos surgen a borbotones. “Todos los que están aquí me han ayudado en algún momento de mi vida. Cuando llego triste, ellos lo saben incluso antes de que diga nada”, dice Antonio, que estudia Ingeniería. Cuando se le pide que describa el ambiente en el grupo de pastoral universitaria, simplemente abre los brazos y dice: “Tanto cariño”.

Jennie admite que el grupo la sacó de una situación difícil. “Cuando comencé la universidad, estaba atravesando una época muy oscura, y este lugar me sacó de ella. Me quedo en el Líbano gracias a este grupo, porque temo no encontrar esta experiencia en el extranjero. Son como una familia para mí”.

Además de un lugar para socializar y estar con los amigos, el Servicio de Pastoral Universitaria ofrece a los estudiantes muchas oportunidades de adquirir habilidades prácticas, como trabajar en medios de comunicación, logística, tocar en la banda, actuar con el grupo de teatro o preparar actividades espirituales.

A algunos, como Jennie, les enseña el difícil arte de perdonar, que en el Líbano es una destreza de supervivencia. “Vivir con diferentes comunidades es muy difícil y es fácil revivir momentos de violencia. Además, la radicalización va en aumento, incluso entre personas que no vivieron la guerra; incluso los cristianos se enfrentan entre ellos. Todos estamos en modo de supervivencia. Aunque las reformas mejoren la situación económica, en diez o quince años volverá a ocurrir, pues no ha habido reconciliación ni asimilación del trauma. Este lugar me ha ayudado a entender y perdonar el asesinato de mi abuelo durante la guerra civil”.

 

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