El poderoso río Indo discurre por la provincia pakistaní de Sindh. La tierra que rodea este río dispensador de vida es la cuna de numerosas civilizaciones. Ya en el 8000 a.C. se hicieron sedentarios aquí los primeros pobladores y empezaron a practicar la agricultura. Desde la capital provincial, Hyderabad, hacia el sur, la carretera atraviesa campos hasta donde alcanza la vista. Hombres, mujeres y niños trabajan allí bajo un calor tórrido. Es temprano por la mañana y el termómetro marca 32 grados centígrados. En pleno verano, suele superar los 50 grados.
La fundación internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) acompaña a Mons. Samson Shukardin, obispo católico de Hyderabad, en una visita a la zona afectada por las inundaciones de finales del verano de 2022. Explica el obispo cómo los trabajadores del campo no reciben ningún salario por su labor: “todas las tierras de la provincia de Sindh pertenecen a grandes terratenientes”, afirma. “Los trabajadores solicitan que se les permita cultivar la tierra y vivir en ella. Si el propietario accede, empiezan a cultivar. Ellos mismos tienen que correr con los gastos para las semillas y las herramientas, y muchos se endeudan para hacerlo. Si la cosecha es buena, se quedan con la mitad de los ingresos, la otra mitad la entregan al terrateniente”.
Con los beneficios, los agricultores abonan sus dudas y las semillas para la próxima temporada. En teoría, las familias de los trabajadores agrícolas podrían labrarse así una modesta existencia. En la práctica, la mayoría de ellos están atrapados por las deudas, lo que los convierte en siervos de los ricos terratenientes. Porque si una cosecha fracasa, las familias no sólo pierden su propia parte, sino que también tienen que reembolsar al terrateniente el beneficio esperado. Si no pueden pagar, tienen que quedarse y realizar trabajos para el señor. Esta servidumbre medieval determina el destino de muchas familias predominantemente cristianas e hindúes de la región de Sindh. La catástrofe de las inundaciones intensificó esta miseria. En ese momento, todas las cosechas se echaron a perder, las aldeas quedaron destruidas por las inundaciones y la gente se sumió aún más en la dependencia.
Para Mons. Shukardin, la tarea más urgente de la Iglesia es dar esperanza a estos esclavos modernos. En las aldeas del delta del Indo, catequistas como Veero Akhiani acuden “a las periferias”, en palabras del Papa Francisco. Akhiani visita periódicamente a las familias en sus aldeas, enseña a los niños, dirige devociones y reza con la gente. “Cuando se produjo la inundación, todas las casas quedaron destruidas y los aldeanos tuvieron que refugiarse entre los muros de hormigón de los canales”, dice Akhiani. “Les proporcionamos alimentos y medicinas”. Pero el regalo más importante, según afirma, es la educación. “Los que van a la escuela luego encuentran trabajo en las ciudades”, explica Mons. Shukardin. “Así, al menos, los niños salen del círculo vicioso de la pobreza”. Por eso, la educación escolar es la tarea pastoral prioritaria en los pueblos, afirma. Las clases se imparten a menudo al aire libre, porque sólo se puede construir una escuela si el terrateniente está de acuerdo. “Muchos de los grandes terratenientes ven la educación como una amenaza para su medio de vida y prohíben la construcción de una escuela”, dice el obispo.
En un pequeño pueblo sin nombre al sur de Gharo, un generoso terrateniente ha aprobado la construcción de una escuela. Ha especificado la longitud y la anchura exactas de la choza de madera, azotada por el viento, por lo que 70 niños se amontonan en los 50 metros cuadrados durante el horario escolar, a pesar de que el edificio está rodeado únicamente por terrenos baldíos durante kilómetros. Se sientan en taburetes de plástico sobre el suelo desnudo, mientras el viento silba a través de las grietas; una fuerte lluvia arrasaría la choza. En el pueblo no hay electricidad, por la noche está todo oscuro como la boca de un lobo. La luz la proporciona la iglesia, que paga al maestro e instala sencillas lámparas solares. Sólo gracias a la ayuda que aporta la fundación ACN, las familias de este pueblo no están desnutridas y han podido recibir atención médica. Y gracias a ACN, hoy se han reunido personas de toda la zona. En representación de muchos, Yousaf y su esposa Haniya dan un paso al frente con sus siete hijos. “Hemos trabajado duro pero no hemos conseguido nada”, dice Yousaf en voz baja. Mira al suelo y traga saliva. Haniya le mira con cariño. Yousaf vacila, sus ojos recorren a sus hijos; el más pequeño tiene cinco años, el mayor doce. Entonces el padre levanta la mirada y su voz se vuelve más firme. “Pero tenemos comida y nuestros hijos vivirán mejor que nosotros algún día. Gracias a la escuela, gracias a los profesores, gracias a vosotros. Sois los ángeles de nuestras vidas”.
Mons. Samson Shukardin es consciente de que los profesores que se desplazan de aldea en aldea, en edificios escolares improvisados en el mejor de los casos, sólo pueden ser una solución provisional. Por eso ha pedido ayuda a ACN para que los niños tengan acceso a la educación.
Concretamente, la diócesis de Hyderabad está construyendo internados católicos con este fin. Por ejemplo, en Tando Allahyar. El nombre de la población quiere decir “la ciudad bendecida por Dios” y cualquiera que visite el internado de allí puede darse cuenta de que es cierto. Los ojos de los niños brillan cuando piensan en el futuro; las niñas bailan una danza tradicional, los niños presentan sus conocimientos de inglés. Tarja tiene siete años; es una niña educada y algo tímida. ¿Qué quiere ser de mayor? “Me gustaría ser piloto de caza en las Fuerzas Aéreas de Pakistán”, dice. Mons. Shukardin sonríe. “Los cristianos amamos a nuestro país, pero sólo somos una pequeña minoría de un dos por ciento de la población. Por eso sería bueno que más cristianos ocuparan puestos importantes en el ejército, la policía y la administración”. Tarja asiente. Hará todo lo posible para conseguirlo.
Sin embargo, no está claro que sea suficiente. “La inflación en el país es muy alta; los precios de los alimentos se han duplicado en un año”, dice Mons. Shukardin. “Los padres de los niños casi nunca pueden pagar las tasas escolares y dependen de becas”.
Para que el internado de Tando Allahyar pueda seguir existiendo en estas circunstancias como uno de los proyectos más prometedores de la diócesis de Hyderabad, ACN ayuda al mantenimiento de los edificios y para hacer nuevas construcciones. Por ejemplo, en 2023 se ha construido una nueva ala para acoger a más alumnos. Pero la demanda de las familias cristianas sigue siendo alta. Por eso también en el futuro se seguirá necesitando a ángeles humanos que ayuden a los niños de la provincia de Sindh a dar la espalda a la esclavitud y ganarse la vida como adultos maduros en las ciudades.