Los estudiantes del seminario mayor Juan Pablo II de Kinshasa estudian con ahínco para prepararse a servir a un pueblo que no tiene nada. Sin embargo, sin la ayuda económica de generosos benefactores, su formación corre constantemente peligro de interrumpirse.

Jean-Claude Barack Abiritseni Fiston nació en una tierra hermosa con un clima templado y en medio de las exuberantes montañas verdes que rodean el lago Kivu, pero  donde el peligro siempre estaba presente. En su caso, el peligro no solo se debía al Nyiragongo, un volcán activo que domina su ciudad natal, Goma, sino también a las milicias asesinas que hasta hoy rondan esa zona de la República Democrática del Congo, una tierra bendecida con una gran riqueza en recursos naturales, pero azotada por un conflicto que parece no tener fin y que ha provocado una pobreza generalizada.

A pesar del peligro siempre presente, Jean-Claude guarda buenos recuerdos de su infancia con su hermana y sus ocho hermanos. Su madre tenía pequeños negocios y su padre trabajaba en el Ministerio de Sanidad. “Estábamos rodeados de una gran pobreza, así que, en comparación, aunque no viviéramos en la opulencia, nuestra situación parecía muy holgada”, recuerda.

Los sacrificios que hicieron sus padres para sacar adelante a sus hijos –Jean-Claude hace hincapié en que todos siguen vivos, lo que no hace más que subrayar el tipo de mundo en el que viven- los describe en términos elogiosos. “Yo los llamo héroes, por lo que nos aportaron y por los sacrificios que hicieron para que en nuestra familia tuviéramos suficiente comida, una educación y todo lo que necesitáramos”.

Entre las cosas que Mélitène y Dorothée aportaron a sus hijos está la fe en la que todos fueron criados. Jean-Claude recuerda que su fe comenzó en la familia: “Nací en una familia católica practicante y me bautizaron a los cinco años”.

Los sacerdotes misioneros que atendían a su comunidad le impresionaron mucho y, en cuanto pudo, comenzó a servir en Misa. La idea de convertirse en sacerdote estaba cerca de su corazón, aunque competía con otro sueño: el de ser médico.

“Ya me había matriculado en la universidad para estudiar Medicina, cuando recibí la carta de admisión al seminario. No sabía qué hacer. Antes de que llegara esa carta tenía las cosas claras, pero cuando llegó la carta, todo cambió y empecé a preguntarme que debía hacer”.

Entre el deseo de servir a su comunidad con bata de médico o con sotana, prevaleció lo segundo. Como sacerdote, pensó, podría llevar algo más que medicinas a quienes necesitaran ayuda. “Quería estar listo para servir a Cristo anunciando la Buena Nueva, el Evangelio que trae la alegría, especialmente en un entorno donde mucha gente sufre y ni siquiera tiene cubiertas sus necesidades básicas. Pero también esperanza. Voy a ser sacerdote para llevar consuelo a los que sufren, para administrar los sacramentos y para anunciar la esperanza a los que lo han perdido todo. Ese es mi principal objetivo”.

“Qué cosa tan maravillosa es poder guiar las almas hacia Dios y anunciar los milagros de Aquel que nos creó. Ha sido la mejor decisión que he tomado jamás”, afirma.

Ahora que ha finalizado el cuarto año de Teología, Jean-Claude está más cerca de cumplir su sueño y de postrarse finalmente ante el altar, de que el Obispo le imponga las manos y de convertirse en sacerdote. “Ofreceré mi vida en acción de gracias al Señor por todo el bien que ha hecho por mí, por todo el bien que hace por mi familia y por todo el bien que hace por nuestro país”.

Este es el sueño de Jean-Claude y el de sus numerosos compañeros del seminario mayor Juan Pablo II de Kinshasa. Sin embargo, en una tierra sumida en una terrible pobreza y asolada por conflictos, este es un sueño que corre constantemente peligro de acabar repentinamente por falta de recursos.

La Iglesia y los fieles de la RDC hacen lo que pueden para mantener a flote al seminario, pero los donativos del extranjero -como los que proporciona la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN)- son cruciales. “Necesitamos la ayuda de nuestros benefactores. Sin ella nos enfrentamos a serias dificultades para terminar cada año académico y nuestra formación”.

“Por eso estamos muy agradecidos a nuestros benefactores y a ACN por lo que ya están haciendo, y esperamos que sigan apoyándonos a los futuros sacerdotes para mayor gloria de Dios”, indica Jean-Claude, el chaval que no tuvo miedo a responder afirmativamente cuando, a la sombra del Nyiragongo, Jesús lo llamó para ir a dar esperanza a su pueblo.

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